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lunes, 14 de mayo de 2012

IMAGEN MENTAL SUBJETIVA



LA IMAGEN MENTAL SUBJETIVA

Se puede definir como un lenguaje del inconsciente así como la palabra es el lenguaje del consciente. Una imagen mental se representa en forma de sueños que se vuelven imágenes en movimiento, representando simbólicamente nuestras emociones.

En estas imágenes mentales están los imagos ligados a lo inconsciente que en latín significan imágenes o representaciones inconscientes consideradas como objetos de la mente.
Por una parte, existe un componente fundamental en la imagen mental que está ligado a la percepción. Todos los canales sensoriales contribuyen a alimentar el proceso que genera la imagen. De la ciudad tenemos imágenes visuales, auditivas, olfativas, táctiles, kinestésicas, etc. Por otra parte, una imagen tiene carácter privado y al hacerla pública estamos obligados a transformarla, disecarla en sus componentes, seccionarla en el tiempo, localizarla en el espacio. Pero la imagen original tiene vida propia y autonomía, es dinámica y global. Es, en suma, tan compleja como la misma inteligencia humana y Piaget tiene razón al definir la imagen mental nada menos que como "la interiorización de los actos de la inteligencia”. Es decir, la imagen mental no es simplemente un producto de la percepción, una prolongación o reverberación de los estímulos periféricos que son procesados por el cerebro sino es una expresión cognitiva de carácter central, sometida a todas las leyes del desarrollo intelectual del individuo.
La imagen trata de aprehender una cosa real, que existe, entre otras, en el mundo de la percepción; pero trata de aprehenderla a través de su contenido físico. Sin duda, este contenido tiene que cumplir determinadas condiciones: en la conciencia de imagen aprehendemos un objeto como análogo de otro objeto. El contenido puramente psíquico de la imagen mental no puede escapar a esta ley: una conciencia que estuviese frente a la cosa que trata de aprehender sería una conciencia perceptiva; una conciencia que tratase de aprehender la cosa sin contenido sería una pura conciencia de significado.  A la necesidad para la materia de la imagen mental de estar constituida previamente en el objeto la llamamos trascendencia del representante. El saber no desaparece una vez que se constituye la conciencia de la imagen, ni detrás de las imágenes. No es “siempre capaz de realizarse a través de las imágenes , sino distinto de ellas”. Representa la estructura activa de la conciencia imaginante. El saber no puede atrapar al objeto, sino por el orden de sus cualidades.  Es decir, a través de cierta posición sin efecto de opacidad y de exterioridad; determinadas precisamente por las relaciones que se ha hecho pasar tras su espesor. Por el contrario, el saber imaginante es una conciencia que trata de trascender, de plantear la relación como un fuera. El ser imaginante se presenta, pues,  como una voluntad de llegar a lo intuitivo, como una espera de imágenes.
Un objeto imaginario es una creación pura, un absoluto, y por lo tanto nos ofrece la posibilidad de negar al mundo, pero al mismo tiempo resulta inconcebible a esta imaginación la posibilidad de aislarse de la conciencia que está en el mundo.
Es precisamente a través de la alquimia como Jung se percató de que el inconsciente es un proceso dinámico, recíproco y bidireccional entre el yo y los contenidos de lo inconsciente, verificable a nivel individual, por los sueños y las fantasías, y a nivel colectivo, en los diversos sistemas religiosos y en la transmutación de sus símbolos.
El concepto de imago lo debemos a Jung, que describe el imago materno, paterno, fraterno. El imago y el complejo son conceptos afines; ambos guardan relación con el mismo campo: las relaciones del niño con su ambiente familiar y social. Pero el complejo designa el efecto que ejerce sobre el sujeto el conjunto de la situación interpersonal, mientras que la imago designa la pervivencia imaginaria de alguno de los participantes en aquella situación. Con frecuencia se define la imago como una «representación inconsciente»; pero es necesario ver en ella, más que una imagen, un esquema imaginario adquirido, un clisé estático a través del cual el sujeto se enfrenta a otro. Por consiguiente, la imago puede objetivarse tanto en sentimientos y conductas como en imágenes. Añadamos que no debe entenderse como un reflejo de lo real, ni siquiera más o menos deformado; es por ello que la imago de un padre terrible puede muy bien corresponder a un padre real débil.
FUENTES:

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